En el año 476 el bárbaro Odoacro (476-493) depuso a Rómulo Augústulo (475-476), el último emperador de Roma. Esta fecha señala, según la tradición, el inicio de la edad media. Los orígenes de la caída del Imperio romano se remontan, no obstante, a la primera mitad del siglo V, cuando comenzaron las primeras incursiones bárbaras contra el Imperio de Occidente, que desde el siglo III atravesaba una profunda crisis. Las causas de la decadencia imperial fueron múltiples.
- El estado romano como comunidad política empieza a decaer
La característica más evidente de la historia romana había sido la capacidad de amalgamar pueblos de tradiciones y culturas distintas: el estado romano se concebía como una comunidad política, unida por vínculos políticos, morales y religiosos. Ésta fue la novedad fundamental introducida por los romanos en el mundo antiguo. Con anterioridad, por ejemplo en la Grecia clásica, se distinguía claramente entre griegos y bárbaros, entre polis (ciudad) y territorio conquistado. A diferencia de otros pueblos antiguos (aunque esta afirmación podría extenderse a períodos posteriores a la caída del imperio), Roma no consideraba negativa la unión de pueblos diferentes. Desde el momento en que el estado no se basaba en la pureza étnica, la pertenencia a él podía extenderse también a los no romanos. Así, en el año 212, el emperador Caracalla (211-217) concedió a todos los habitantes libres de las provincias la ciudadanía romana. Pero, precisamente en aquel siglo, el imperio empezó a perder la capacidad de asimilar a otros pueblos y mostró los primeros signos de inestabilidad.
- Aumenta la presión fiscal, con la subida de impuestos en el Imperio Romano
Los gastos del ejército y de la burocracia aumentaron de manera vertiginosa y para poder mantener estos dos órganos esenciales para la vida misma del imperio, el Estado aumentó los impuestos.
+ La presión fiscal requiere el reclutamiento de tribus germánicas
La presión fiscal perjudicaba sobre todo a los campesinos, que, cuando no podían pagar, huían de los campos. El abandono de las tierras provocó daños económicos considerables, ya que la economía romana se basaba en la agricultura. La población del imperio disminuyó y Roma se vio obligada a reclutar algunas tribus germánicas para defender al estado de las incursiones de otros bárbaros. Los ejércitos que debían defender al estado de las incursiones de otros bárbaros. Los ejércitos que debían defender el limes se incorporaban al imperio como mercenarios o como federados. En este último caso se estipulaba una alianza que en muchos casos los federados no respetaban.
Con este pacto foedus se aceptaba al pueblo extranjero dentro del imperio, aunque sin reconocerle la ciudadanía romana: seguían teniendo sus jefes y sus leyes. A cambio de la hospitalidad, las tribus debían prestar servicio en el ejército. Los soldados bárbaros obedecían sólo a sus jefes, que eran los únicos responsables de la ejecución de las órdenes de las autoridades romanas.
+ Indisciplina en el ejército romano
Se rompió así el principio de la territorialidad del derecho y pasaron a formar parte del imperio pueblos que conservaban sus propias leyes y que no estaban obligados, por lo tanto, a seguir las leyes romanas. A menudo, los federados no respetaban la autoridad militar, por lo que que la indisciplina del ejército representó otra constante del período.
La rebelión militar atacaba el corazón mismo del Estado, ya que los emperadores dependían de los ejércitos. Estos últimos podían proclamar o destituir con toda facilidad al máximo jefe de Roma. Ni las reformas introducidas por Diocleciano (284-305) y por Constantino (312-337) pudieron impedir la caída del Imperio romano.
Diocleciano gobernaba Oriente; Maximiano, Italia y África; Constancio, España, Galia y Britania; Galerio, Macedonia, Grecia y Iliria. Para impedir la despoblación de los campos, Diocleciano vinculó los campesinos a las tierras. Los artesanos, que a partir de entonces debían entregar gran parte de sus productos al fisco, fueron agrupados en corporaciones. Pero este régimen tan duro resultó además demasiado oneroso para Occidente, y las reformas de Diocleciano no se conservaron después de su muerte. Constantino, sucesor de Diocleciano tras haber derrotado a otros pretendientes al cargo imperial, trasladó la capital a Bizancio.
Esta ciudad había sido una antigua colonia griega en el Bósforo y el nuevo emperador la refundó a partir del año 324. Constantinopla -éste fue el nuevo nombre de Bizancio- no tardó en eclipsar a Roma: su sólida burocracia, la fuerza del ejército, el buen estado de la economía y el refinamiento cultural contrastaban con la debilidad crónica de Occidente. De hecho, Occidente fue abandonado y se derrumbó drásticamente cuando lo invadieron los bárbaros.
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Artículo 42 de 42 de nuestra serie de entradas sobre la historia de Roma.